El cáncer de estómago es una de esas enfermedades que se mueve casi en secreto. No llega con gritos ni señales evidentes al principio, lo que hace que muchas personas no se den cuenta hasta que la enfermedad está más avanzada. Por eso se le conoce como un “asesino silencioso”. La realidad es que el cuerpo nos da pistas, pero muchas veces las pasamos por alto o las atribuimos a cosas menos graves: estrés, mala digestión, exceso de comida o hábitos alimenticios irregulares. Aprender a reconocer estas señales puede marcar la diferencia entre un diagnóstico temprano y uno tardío.
Uno de los síntomas más comunes, aunque sutil, es la sensación de llenura rápida. Quizás notas que después de comer un par de bocados te sientes lleno, como si hubieras comido demasiado, cuando en realidad no es así. Este tipo de malestar puede aparecer durante meses sin que le prestes atención, y muchas personas lo confunden con indigestión o reflujo ácido. Lo que ocurre es que el estómago, afectado por la presencia de células cancerosas, pierde su capacidad normal de expandirse, haciendo que incluso pequeñas cantidades de comida generen una sensación de plenitud.
Otro indicio silencioso es la pérdida de peso inexplicable. No hablamos de unos kilos de más que quieres bajar o de cambios temporales por dieta; estamos hablando de una reducción de peso constante y gradual que no tiene una causa clara. Esto ocurre porque el cáncer de estómago puede dificultar la absorción de nutrientes o generar un gasto energético mayor en el cuerpo para intentar combatir la enfermedad. Aunque al principio no le demos importancia, esta pérdida de peso debe ser un motivo de alerta.
La fatiga crónica es otro síntoma que muchas personas pasan por alto. Si notas que, incluso después de dormir bien, te sientes cansado o sin energía, podría ser una señal de que tu cuerpo está luchando con algo más profundo de lo que parece. El cáncer de estómago a menudo se acompaña de anemia debido a microhemorragias internas, lo que disminuye la cantidad de glóbulos rojos y contribuye a esa sensación de debilidad constante. No es solo cansancio físico; también puede afectar la concentración y el ánimo, haciéndote sentir más irritable o desmotivado.